Revista N° 74 - 2025

Actualidad Internacional

MILEI, POLÍTICA EXTERIOR Y DIPLOMACIA PÚBLICA

Por Fabián Bosoer
Politólogo y periodista. Editor jefe de la sección Opinión del diario Clarín. Docente e investigador, UNTREF.

En su pretensión de ruptura con los gobiernos que lo precedieron, la política exterior del gobierno de Javier Milei se presenta como el mayor y más drástico replanteo de orientación desde la recuperación democrática. Marcada por su disruptividad y excentricidad, repite no obstante ciertas “tendencias profundas” de la política exterior del país, como la búsqueda de una relación especial con Estados Unidos, la pendularidad y la erraticidad.

La diplomacia pública, como espacio de intersección entre los Estados y las sociedades en el ámbito internacional, ha sido preferencialmente abordada como una herramienta de proyección lineal, extensión y diversificación de la diplomacia tradicional por parte de gobiernos y actores políticos, en las escalas nacional y transnacional. En menor medida, se han observado sus impactos inesperados o disruptivos sobre ésta en el contexto de la interdependencia compleja que caracteriza al mundo del siglo XXI. La revolución tecnológica de las comunicaciones, el entorno digital y la introducción de las redes sociales como herramientas de comunicación y acción política conmovieron aún más la propia naturaleza de la política tradicional Estado-céntrica, las relaciones intergubernamentales, los procesos decisorios y el funcionamiento de los sistemas políticos en las democracias occidentales.

¿Quiénes “hablan” en nombre de los países? ¿En nombre de quiénes hablan sus líderes políticos y gobernantes? ¿Desde dónde emiten su voz y quiénes son sus interlocutores? En tal sentido, es posible referirse al carácter disruptivo y dual de estas tecnologías de la comunicación y soportes digitales en las políticas exteriores y las relaciones internacionales. Disruptivo, en tanto altera, conmueve y desafía a la política intergubernamental tradicional, temporal y espacialmente. Y dual, en tanto afecta los “juegos de la política” en tableros multinivel, con impactos diversos sobre ésta: puede complementarla y fortalecerla, tanto como alterarla, confrontarla, debilitarla y socavarla. Y así como hablamos de “diplomacia pública digital” como extensión de la diplomacia tradicional por otros medios, sería posible también abordar su utilización para otros fines, visibles o encubiertos.

Teniendo en cuenta este marco analítico de abordaje, la Argentina vuelve a presentarse como un caso de estudio singular. Una vez más, un caso que atrae la atención y el interés externo, en esta ocasión, por la llegada por primera vez a la presidencia de una figura surgida de las redes sociales y el entorno digital. Un experimento en curso y un laboratorio en pleno desarrollo.

Las premisas de la política exterior Milei se circunscribieron en un comienzo a una definición principal y unívoca: la “pertenencia de Argentina a Occidente”, que se expresará en un alineamiento incondicional con Estados Unidos e Israel.

Los primeros análisis sobre la presidencia de Milei y, más específicamente, sobre su política exterior, coincidieron en definirla como un momento disruptivo para la democracia argentina, que se presenta de dos maneras: por un lado, con un discurso fuertemente ideológico, de drástico revisionismo crítico y ruptura respecto de los consensos construidos durante los cuarenta años precedentes en la política doméstica; por otro lado, con una faceta de mayor pragmatismo, una búsqueda de “normalización” en sus vínculos externos, acuerdos con los acreedores y atracción de inversiones o capitales extranjeros. La tensión entre ambos propósitos –uno que va por la alteración del statu quo y otro por la búsqueda de confianza y previsibilidad– resultará inocultable y será fuente de cortocircuitos diplomáticos y desavenencias dentro del propio gobierno.

Las premisas de la política exterior del gobierno de Milei se circunscribieron en un comienzo a una definición principal y unívoca: la “pertenencia de Argentina a Occidente”, que se expresará en un alineamiento incondicional con Estados Unidos e Israel. La primera canciller de su gestión, Diana Mondino, brindó inicialmente una definición más amplia y pragmática de lo que debía entenderse por “Occidente”, para incluir, además de Estados Unidos, a las democracias liberales de Europa, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y otros países de Asia, como Japón y Corea del Sur. Con un rechazo categórico de lo que definió como el eje “La Habana-Caracas-Managua” en América Latina, sus intervenciones más resonantes, durante su primer año de gestión fueron, sin embargo, cruces personales –en declaraciones públicas o a través de las redes sociales– con los presidentes de Brasil, México y Colombia, Lula da Silva, Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro. También ha mostrado afinidad personal con el presidente, Nayib Bukele, de El Salvador, único país latinoamericano al que realizó una visita oficial en su primer año de gestión. No hubo un interés especial en llevar adelante una estrategia específica para América del Sur.

Esta definición “prooccidental” retomaba, en algún sentido, lo que Guido Di Tella, canciller durante las dos presidencias de Carlos Menem en los años 1990, denominaba “una coalición de países occidentales” a la que la Argentina debía sumarse. Si el peronismo de la “era Kirchner” (2003-2015, 2019-2023) se mostraba conflictivo con Estados Unidos, alineado con el Sur Global, defensor de la multipolaridad y el latinoamericanismo, buscando alianzas con los BRICS y acercándose a China, quienes llegaron al gobierno en 2023 para “dar vuelta” esa página de la historia lo harán con un discurso prooccidental y atlantista, más propio de los tiempos de la Guerra Fría, en el conflictivo escenario internacional del siglo XXI. Inicialmente, esta demarcación lo llevará a fuertes críticas hacia la República Popular China y la promesa de no aceptar acuerdos intergubernamentales con Beijing.

Milei se presentará como “el primer presidente anarco-capitalista” de la Argentina y América latina, y “de la historia de la humanidad”, jugando al borde y en los márgenes del sistema internacional, con intervenciones personales revulsivas que le generaron algunos reveses, altercados o –incluso– incidentes diplomáticos con gobiernos de otros países. Al mismo tiempo, ha obtenido una favorable receptividad del FMI, los acreedores financieros de Wall Street, CEO de grandes empresas tecnológicas y buena acogida en ambientes de negocios. Durante los primeros meses de gestión, la Cancillería acompañará por detrás, activando mecanismos de control de daños, buscando recomponer los vínculos alterados por comentarios del Presidente, considerados abiertas intromisiones en la política doméstica de otros países y ofensivos para sus gobernantes.

Una singularidad de la política exterior del gobierno de Milei es que la afirmación de los vínculos preferenciales con Estados Unidos e Israel tiene, además, un componente confesional –la fuerte influencia de un sector del judaísmo religioso y del lobby proisraelí estadounidense sobre el presidente argentino– y otro componente de preferencial interlocución con referentes financieros, magnates y CEO de grandes empresas tecnológicas en busca de atraer inversiones en el país.

UN CASO SINGULAR DE “DIPLOMACIA NEGATIVA”

Otra particularidad que distinguirá a la gestión de Milei es el uso de las redes sociales como herramienta de comunicación y campo de acción –y de batalla– política, al que se le otorga centralidad, tanto en la dimensión de la política doméstica como en la de la política exterior. Lo hará tanto a través de páginas web institucionales y cuentas oficiales de la Presidencia y la Cancillería, rediseñadas a tal efecto, como de cuentas personales del Presidente y el Canciller en X (ex Twitter), a las que se sumarán las de otros voceros formales o informales, oficiales u oficiosas, del gobierno.

Le otorga centralidad al uso de las redes sociales como herramienta de comunicación y campo de acción –y de batalla– política, tanto en la dimensión de la política doméstica como en la de la política exterior.

En función de acentuar el contraste con los gobiernos precedentes, el gobierno argentino cambió la cartelería oficial de la Presidencia de la Nación, reformuló sus portales digitales e incluso creó nuevos, como los de la llamada “Vocería de la Presidencia” y la “OPRA” (Oficina del Presidente de la República Argentina), con formato similar al de la Casa Blanca de Estados Unidos. Estas decisiones buscarán reforzar el mensaje que se quiere transmitir y alimentarán las “campanas de eco” en el entorno digital, con rebotes en el debate político y los medios de comunicación. Pero dejarán también en evidencia problemas de coherencia y consistencia, duplicidad y contradicciones en los mensajes, que chocarán en la política exterior con el manejo formal de las relaciones diplomáticas del gobierno y la conducción del Estado. Sucesos que ocurren en las plataformas de Internet, o se convierten en noticia dentro de ella, con la atención de blogueros que encienden la mecha y autoridades obligadas a correr detrás para apagarla, terminan teniendo impacto real en la gestión de gobierno.

Así sucedió, por ejemplo, en el caso de incidentes limítrofes –menores o supuestos– con Chile, que tuvieron difusión inicial en las redes a partir de información local reproducida por medios de comunicación, y amplificados luego en las redes, que obligaron a los respectivos gobiernos a intervenir con declaraciones de desmentida y notas aclaratorias. Ocurrieron al menos tres episodios de estas características en el año 2024: en abril, a raíz de la instalación de paneles solares de una base militar de la Armada Argentina en territorio chileno lindante con el Puesto de Vigilancia Cabo Espíritu Santo; en agosto, la Fuerza Aérea de Chile anunció el despliegue de aeronaves de combate desde la base aérea de Chabunco, en Punta Arenas, después de que se detectara una supuesta violación del espacio aéreo en la zona del Estrecho de Magallanes; y en septiembre, cuando el Ejército argentino realizó una publicación de ejercicios de planeamiento de combate en la Cordillera, en los que se mostraba una hipótesis de conflicto con Chile.

Se puede constatar en este caso que la utilización de la diplomacia pública digital –de manera formal o informal– cumple un rol de especial relevancia en la política exterior del gobierno de Javier Milei, con impactos que no siempre tienden a reforzar los propósitos de generar confianza o conseguir apoyos, sino más bien sus características disruptivas, con propósitos políticos diferenciados de la atención de las relaciones exteriores interestatales y agendas subyacentes a las de la relación bilateral, vinculados con la política doméstica o con otros actores externos.

Los impactos de la diplomacia pública digital no siempre tienden a reforzar los propósitos de generar confianza o conseguir apoyos, sino más bien sus características disruptivas.

En este registro de impactos de las redes sociales sobre la política exterior puede evaluarse también el desplazamiento de la canciller Diana Mondino, en octubre de 2024. Al cabo de diez meses de gestión, el motivo de su remoción fue un voto en la Asamblea General de las Naciones Unidas respaldando una resolución de condena al bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba, posición que la Argentina venía sosteniendo desde 1992 hasta esa fecha. Dicho voto, que se difundió de inmediato en las redes a partir de notas periodísticas llamando la atención sobre el tema, fue entendido por el presidente como “una deslealtad” al cambio drástico que le buscaba imprimir a la política exterior argentina. Así lo manifestará el propio Milei en una entrevista televisiva, dando cuenta del rol que le asigna a las redes sociales en el proceso decisorio y en el seguimiento de la política del gobierno: “Yo había definido que mi alineamiento en el mundo era con Estados Unidos e Israel, nosotros teníamos que estar ahí, no en otro lado […] Monitoreamos mucho las redes todo el tiempo, porque a la velocidad que bajan, en caso que aparezca un problema, se puede resolver muy rápido. […] El imperdonable error de la canciller Mondino le costó el puesto a los 30 minutos”. El mismo día del desplazamiento de la canciller Mondino, el 30 de octubre de 2024, la Oficina del Presidente anunció la designación de su reemplazante, el hasta entonces embajador en Washington y empresario Gerardo Werthein, a quien se le encargó una profunda restructuración de la Cancillería [renunció el 22 de octubre de 2025]. En su reemplazo al frente de la Embajada argentina en Washington fue designado Alejandro Oxenford, un empresario tecnológico sin experiencia diplomática.

CLIMA DE ÉPOCA

Los movimientos, fuerzas y líderes de extrema derecha irrumpen en el escenario internacional de los últimos años como un nuevo actor gravitante de las democracias occidentales, sintiéndose parte de una ascendente corriente global de reacción frente a lo que llaman el “globalismo” y la “cultura woke”, listos para librar una “guerra cultural” contra “el progresismo” y las ideas de izquierda que, sostienen, fueron dominantes en las últimas décadas. No conocen de “no injerencia en los asuntos de otros países”, y adoptan un declarado carácter internacionalista, conformando una suerte de nueva “internacional conservadora”, de derecha radical. Estas corrientes han recibido con entusiasmo la llegada de Milei a la presidencia en la Argentina, lo han incorporado a la galería de sus líderes y han celebrado sus presentaciones públicas.

El propio presidente argentino, desde su adhesión a las ideas económicas libertarias de derecha, se considerará una suerte de “heraldo” de dichas banderas en el escenario internacional. Milei se presentará como el catalizador de un cambio a nivel global que se expresa en resultados políticos y un temario “antiglobalista” apoyado en la crítica a la actuación de los organismos internacionales y la denuncia de los compromisos interestatales, tales los casos de la Agenda 2030 y el Pacto del Futuro 2045 de la ONU, el tratado antipandemia en la Organización Mundial de la Salud, la cuestión de género en el marco de la OEA, entre otros.

Milei se presentará como el catalizador de un cambio a nivel global que se expresa en resultados políticos y un temario “antiglobalista” apoyado en la crítica a la actuación de los organismos internacionales y la denuncia de los compromisos interestatales.

Tres discursos del presidente Milei definen el marco y los contenidos de lo que se presenta como una “nueva doctrina” en la política exterior argentina. En el primero, pronunciado en la 54ª Reunión Anual del Foro Económico Mundial, en Davos, el 17 de enero de 2024, en lo que fue su primer viaje al exterior como jefe de Estado, señaló que “Occidente está en peligro porque aquellos que supuestamente deben defender los valores de Occidente, se encuentran cooptados por una visión del mundo, que inexorablemente conduce al socialismo y, en consecuencia, a la pobreza”.

El segundo, ante la 79na Asamblea General de las Naciones Unidas, el 24 de septiembre de 2024, donde denunció que la organización se ha transformado en “un Leviatán de múltiples tentáculos que impone una agenda ideológica a sus países miembro, como la llamada Agenda 2030”, y anunció que Argentina abandonará la “posición histórica de neutralidad (para estar a la vanguardia) de la lucha en defensa de la libertad”. Consecuentemente, el 23 de septiembre de 2024, la canciller Mondino anunciaba que Argentina se “disocia” del Pacto del Futuro aprobado por abrumadora mayoría en la Asamblea General.

Como consecuencia del giro impreso en su política exterior tras el reemplazo de Mondino al frente de la Cancillería, la Argentina votará en soledad contra dos resoluciones de la Asamblea General de la ONU; una sobre los derechos de los pueblos indígenas para promover el acceso a la justicia, la protección del medio ambiente y la preservación de culturas y lenguas de los pueblos originarios (11 de noviembre de 2024); la otra, sobre la prevención y eliminación de toda forma de violencia contra las mujeres y niñas (14 de noviembre de 2024). Asimismo, retirará su delegación de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) que se desarrollara en Bakú, Azerbaiyán (13 de noviembre de 2024).

Esta decisión del gobierno nacional interrumpió una línea de continuidad de participación de la Argentina en las COP, de las que fue sede dos veces, ambas en Buenos Aires, en 1998 (COP4) y en 2004 (COP10), y que deliberan cada año como establece la Convención de Cambio Climático de la ONU, adoptada en Nueva York en 1992 y en vigor desde 1994. Presidentes ideológicamente tan distantes como Carlos Menem y Néstor Kirchner gobernaban cuando la Argentina fue el escenario de las deliberaciones sobre cómo financiar la lucha contra el calentamiento global.

Ante una cumbre de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) realizada en Palm Beach, el 15 de noviembre de 2024, tras el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el presidente Milei terminará de delinear su visión del escenario internacional y su estrategia de política exterior. Allí señaló: “Debemos convertirnos nuevamente en un faro del mundo, porque el mundo ha sido sumergido en una oscuridad profunda y exige a gritos ser iluminado. (…) Estados Unidos liderando en el Norte, la Argentina en el Sur, Italia en la vieja Europa e Israel, el centinela en la frontera de Medio Oriente: porque sólo con la fuerza y la cooperación de las naciones libres puede haber una esperanza global de paz y prosperidad. Y porque no hay causa más noble que la de Occidente, una línea histórica de la que todos nosotros somos herederos y tenemos la responsabilidad de restaurar en toda su gloria”.

La Argentina es uno de los pocos países de la región cuyo gobierno se manifiesta explícitamente alineado con Estados Unidos en su enfrentamiento geopolítico con China.

Dieciocho giras internacionales en su primer año de gestión colocaron a Javier Milei al tope del listado como el presidente que más viajes al exterior realizó desde el retorno de la Argentina a la democracia. En siete ocasiones, durante ese período, fueron viajes a Estados Unidos y con una agenda de encuentros políticos partidarios, foros empresarios, visitas religiosas o recepción de premios de distintas instituciones con una definida orientación ideológica, sin encuentros formales con sus pares en su condición de jefe de Estado.

Por otra parte, debe analizarse como parte de la estrategia oficial del gobierno argentino el desacople político, diplomático y estratégico con respecto a China. La Argentina es uno de los países más grandes en tamaño (octavo), uno de los pocos miembros del Sur en el G20, la tercera economía de América Latina y uno de los pocos países de la región cuyo gobierno se manifiesta explícitamente alineado con Estados Unidos en su enfrentamiento geopolítico con China. En este marco, el gobierno argentino mostró fluctuaciones. En noviembre de 2024, el presidente Milei viajó a la reunión del G20 en Brasilia, donde pese a sus posturas contrarias a la Agenda 2030, impulsada por Naciones Unidas en temas como el cambio climático, firmó un compromiso sobre la lucha contra la pobreza, y en reuniones bilaterales rubricó acuerdos energéticos con Brasil y de expansión de las relaciones comerciales con el presidente chino Xi Jinping, con quien mostró buena sintonía. Participó además de encuentros con el primer ministro de India, Narendra Modi, y con la titular del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva.

Meses más tarde, decidió no participar de la cumbre entre China y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), reunida en Beijing el 13 de mayo de 2025. Esta concluyó con la aprobación del Documento final por parte de todos los países de la región, con excepción de la Argentina. La firmaron 32 de los 33 países de la CELAC, además de la potencia asiática. En palabras de Juan Gabriel Tokatlian: “La Argentina de Milei abandonó la decisión de tener una política exterior y apenas si hace una que es subalterna a la de Trump en medio de una oposición silente y una Cancillería intimidada”.

LAS “TENDENCIAS PROFUNDAS”

Cabe enmarcar la primera mitad del mandato presidencial de Javier Milei (2023-2027) en una perspectiva histórica más amplia. En Las tendencias profundas de la política exterior argentina, un texto clásico de los estudios sobre el tema, publicado en 1975, Juan Carlos Puig define cuatro “tendencias profundas” que caracterizaron las relaciones de la Argentina con el mundo a lo largo del siglo XX y hasta comienzos de los años 1970: el peso de la afiliación a la esfera de influencia de la potencia hegemónica (Gran Bretaña) entre 1880 y 1930; las relaciones conflictivas con Estados Unidos (fluctuando entre la competencia, el recelo, la desconfianza, la seducción y la oposición); el aislamiento respecto de América Latina; y la debilidad o desatención de la política territorial.

En breve, la crisis de la esfera de influencia británica y del modelo agroexportador que le permitió a la Argentina una exitosa inserción en el mundo, con crecimiento sostenido, instituciones políticas republicanas y progreso social, a partir de los años 30 del siglo XX, habría dejado a este país “a la intemperie”. El modelo de autosustentación autárquica y sustitución de importaciones representado por el peronismo (1946-1955) terminaría frustrándose, abriendo paso a un ciclo pendular de infructuosos intentos de “reinserción en el mundo” que se corresponde, a su vez, con la inestabilidad institucional en el orden doméstico y la crisis de legitimidad de su régimen político.

La erraticidad de la política exterior argentina, las relaciones triangulares con terceros países como gestos de acercamiento –o de distanciamiento– con las potencias dominantes y las diplomacias paralelas o dobles carriles de vinculación serían corolarios de esos patrones de comportamiento internacional de la Argentina. Y otra expresión derivada de estos: la introyección de la política internacional en los asuntos de política doméstica y la proyección de los desacuerdos de la política doméstica a la política exterior del país.

Para superar ese ciclo histórico, Puig proponía lo que definiría como “autonomía heterodoxa”; una tercera vía entre las búsquedas de alineamiento con Estados Unidos y la apertura comercial, por un lado, y el nacionalismo autárquico y proteccionista, por el otro, que reaparecerá con la recuperación de la democracia en 1983, en debate, años más tarde, con una adaptación teórica del paradigma de apertura y alineamiento: el llamado “realismo periférico”.

El exitoso proceso de transición a la democracia que se extiende a toda América Latina durante los años 1980 y 1990, se corresponde también con el trazado de líneas de continuidad en la política exterior argentina, en materia de integración regional, resolución de conflictos limítrofes y multilateralismo, y acotará los rangos de aquella pendularidad característica, que sin embargo subsistirá en las siguientes dos décadas, durante los gobiernos de Raúl Alfonsín (1983-1989), Carlos Menem (1989-1999), Fernando de la Rúa (1999-2001) y Eduardo Duhalde (2001-2003). Alternancia
y pendularidad se reiterarán bajo nuevas condiciones del contexto internacional durante las dos primeras décadas del siglo XXI, con las gestiones de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2015), Mauricio Macri (2015-2019) y Alberto Fernández (2019-2023).

En resumen, la política exterior de la presidencia de Milei se presenta como el mayor y más drástico replanteo –y reorientación– desde la recuperación de la democracia. Una pretensión de ruptura con la etapa precedente que, en pos de un alineamiento incondicional con el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, incluye el apartamiento del sistema multilateral y el reemplazo de principios históricos de la política exterior argentina –no injerencia, resolución pacífica de los conflictos, participación activa en los organismos internacionales– por un credo “libertario” que postula la denuncia del “globalismo”, la negación del cambio climático y el rechazo a la Agenda 2030 y el Pacto del Futuro de las Naciones Unidas.

Al mismo tiempo, evidencia algunas continuidades –que se exhiben con rasgos extremos– en la persistencia de aquellas “tendencias profundas” de la política exterior argentina señaladas por Juan Carlos Puig medio siglo atrás: crisis del paradigma de inserción en la esfera de influencia de la potencia dominante, alta sensibilidad en las relaciones con Estados Unidos, expresada en la búsqueda de alineamientos unilaterales, secundarización de las relaciones con los países vecinos, insularidad regional y desatención de la política territorial. Y sus corolarios: pendularidad en la actuación externa cuando un gobierno de un signo político sucede a otro de distinto signo y cambios de posición externa dentro de una misma gestión de gobierno, duplicidad de vinculaciones externas, erraticidad y proyección de la política doméstica en la política exterior. Se mueve así entre el pragmatismo y la ideología, con una fuerte impronta personalista, que se expresará en el ejercicio de una diplomacia presidencial caracterizada por la excentricidad y la disruptividad.

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